Verdades Olvidadas

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Los Papas sobre Nuestra Señora como Corredentora y Mediadora – Parte III

‘Ningún hombre va a Cristo sino por Su Madre’
Papa León XIII


Pero dado que la salvación de nuestra raza fue realizada por el misterio de la Cruz, y dado que la Iglesia, dispensadora de esa salvación después del triunfo de Cristo, fue fundada en la tierra e instituida, la Providencia estableció un nuevo orden para un nuevo pueblo. La consideración de los designios divinos está unida al gran sentimiento de la religión.

El Hijo eterno de Dios, a punto de tomar sobre Sí nuestra naturaleza para salvar y ennoblecer al hombre, y a punto de consumar así una unión mística entre Él y toda la humanidad, no cumplió Su designio sin añadir allí el libre consentimiento de la Madre elegida, quien representó en cierto modo a toda la humanidad, según la ilustre y justa opinión de Santo Tomás, quien dice que la Anunciación fue realizada con el consentimiento de la Virgen que se encontraba en lugar de la humanidad.

Con igual verdad puede también afirmarse que, por voluntad de Dios, María es la intermediaria por medio de la cual se distribuye hacia nosotros este inmenso tesoro de misericordias reunido por Dios, pues la misericordia y la verdad fueron creadas por Jesucristo. (6) Así como ningún hombre va al Padre sino por el Hijo, así ningún hombre va a Cristo sino por Su Madre. ¡Cuán grandes son la bondad y la misericordia reveladas en este designio de Dios! ¡Qué correspondencia con la fragilidad del hombre!

Creemos en la infinita bondad del Altísimo, y nos alegramos en ella; creemos también en Su justicia y la tememos. Adoramos al amado Salvador, generoso con Su sangre y con Su vida; tememos al Juez inexorable. Así pues, aquellos cuyas acciones han perturbado sus conciencias necesitan una intercesora poderosa en favor ante Dios, lo suficientemente misericordiosa para no rechazar la causa de los desesperados, lo suficientemente misericordiosa para levantar de nuevo hacia la esperanza en la Divina Misericordia a los afligidos y abatidos. María es esta gloriosa intermediaria; ella es la poderosa Madre del Todopoderoso.

Pero, aún más dulce, es tierna, extrema en delicadeza, de una bondad amorosa sin límites. Como tal Dios nos la dio. Habiéndola escogido para Madre de Su Hijo unigénito, le enseñó todos los sentimientos de una madre que no respira sino perdón y amor. Tal deseó Cristo que fuera, pues Él consintió en estar sujeto a María y obedecerle como un hijo a una madre. Así la proclamó desde la Cruz cuando le confió el cuidado y amor de toda la raza humana en la persona de Su discípulo Juan. Así, finalmente, se muestra ella por su valentía en recoger la herencia de los enormes trabajos de su Hijo y en aceptar la carga de sus deberes maternales hacia todos nosotros.

El designio de esta queridísima misericordia, realizado por Dios en María y confirmado por el testamento de Cristo, fue comprendido desde el principio y aceptado con suma alegría por los Santos Apóstoles y los primeros creyentes. Fue el consejo y enseñanza de los venerables Padres de la Iglesia. Todas las naciones de la era cristiana lo recibieron con un solo sentir. E incluso cuando la literatura y la tradición callan, hay una voz que brota del pecho de todo cristiano y habla con toda elocuencia.

No se necesita otra razón que la de una fe divina que, por un impulso poderoso y muy agradable, nos dirige hacia María. Nada es más natural, nada más deseable que buscar refugio en la protección y en la lealtad de aquella a quien podemos confiar nuestros designios y nuestras acciones, nuestra inocencia y nuestro arrepentimiento, nuestros tormentos y nuestras alegrías, nuestras oraciones y nuestros deseos – todos nuestros asuntos.

Además, todos los hombres están llenos de esperanza y confianza en que las peticiones que podrían ser recibidas con menos favor de los labios de hombres indignos, Dios las aceptará cuando sean recomendadas por la Santísima Madre, y las concederá con todos los favores. La verdad y dulzura de estos pensamientos traen a la alma un consuelo indescriptible. Pero inspiran aún más compasión por aquellos que, al carecer de fe divina, no honran a María ni la tienen por su madre; y también por aquellos que, teniendo fe cristiana, se atreven a acusar de exceso la devoción a María, hiriendo así gravemente la piedad filial.

Encíclica Octobri Mense, §§ 4-5

Publicado el 29 de noviembre de 2025

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